jueves, 10 de abril de 2014

X. La Baja California del maximato callista


Por Roberto Elenes


Abelardo L. Rodríguez
Abelardo L. Rodríguez recibió un Distrito Norte con unas finanzas públicas saneadas, incluyendo un depósito de 400 mil pesos (200 mil dólares) en bancos norteamericanos destinados a apoyar la construcción del Ferrocarril Mexicali-San Felipe, terminado el gobierno de José Inocente Lugo. En el ciclo agrícola 1923-1924, se sembraron 60 mil hectáreas de algodón cuya cosecha récord produjo 86 mil pacas pagaderas a la nada despreciable suma de 29 centavos la libra. Desde que los gobiernos de la revolución habían tomado el control del distrito territorial en 1920, Abelardo fue el primer gobernador que encontró suficiente dinero en las arcas públicas.

Sin la anulación del orden de gobierno municipal, la gestión Lugo demostró al gobierno federal la imposibilidad de controlar eficazmente dentro del Distrito Norte las enormes sumas de dinero provenientes de la expedición de permisos de trabajo a extranjeros, de las singulares aportaciones fiscales de la industria del entretenimiento y del juego de azar, de las cuantiosas multas aplicadas a narcotraficantes y a adictos a la droga y de la confiscación de droga, la cual una vez incautada era susceptible de revenderse, sin omitir el contrabando de víveres, mercaderías, materiales para la construcción, licor y droga; razón más que suficiente para controlar también las aduanas.

Con Inocente Lugo se desencadenó el refrenamiento político del orden municipal de gobierno y durante el periodo gubernamental de Abelardo L. Rodríguez se dio la coyuntura para la supresión del municipio, creando en sustitución los gobiernos administrados por consejos municipales.

Abelardo L. Rodríguez entendió esto y a los cinco meses de estar como gobernador −en marzo de 1924− de manera abierta propuso al presidente Obregón lo que a continuación sigue:

«Yo estimo que sería conveniente gestionar las reformas legales correspondientes, a fin de suprimir los ayuntamientos libres en los territorios de la federación, dejando en su lugar consejos municipales formados por el número de miembros que se juzgue necesario, de acuerdo con la densidad de la población, dejando a los respectivos gobernadores la facultad de nombrar esos consejos».

Se infiere que el presidente Álvaro Obregón de principio rechazó la idea, de ahí que el radicalista Ramón A. Pesqueira haya salido avante con su administración municipal de 1924. Durante la presidencia de Plutarco Elías Calles, las cosas cambiaron y como consecuencia Abelardo obtuvo el visto bueno presidencial, tumbando al joven Miguel Vildósola (1925) de la presidencia municipal para luego imponer sus reales en el manejo del ayuntamiento de Mexicali a través de un consejo municipal. Sin llegar a esos extremos, Cantú —con más salidas políticas que un cerco viejo— había mantenido para sí el control de la Hacienda de los ayuntamientos, conservando en teoría el orden de gobierno municipal.
           
A partir de noviembre de 1923, aquel que siendo jefe de operaciones militares se había dado a conocer como acérrimo persecutor del cantuismo, ahora como gobernador amnistiaba a los cantuistas autoexiliados en Estados Unidos, exonerándoles de la acusación de peculado hecha por el ex gobernador Luis Salazar.  Dos años más tarde, Abelardo L. Rodríguez —se dice— haría lo mismo con el propio Esteban Cantú.


Así fue como Epitacio Macedonio, Narciso Trujillo, Hipólito Barranco, Donaciano Calvo, y el pagador de gobierno Antonio A. Bannuett, regresaron a Mexicali. A Bannuett, connotado masón al igual que Rodríguez Luján y Esteban Cantú, en un par de años lo haría oficial mayor de su gobierno sustituyendo a Fernando Sansalvador. La buena voluntad del gobernador para con Antonio A. Bannuett se extendería hasta el gobierno de Olachea Avilés que abandonara el ya Territorio Norte de la Baja California hasta 1934. Bannuett fue por antonomasia el oficial mayor de los gobiernos abelardistas, exceptuando el corto periodo en que fungió como vicepresidente del consejo municipal presidido por Alberto V. Aldrete y Carlos Dávila en 1927.

Al mismo tiempo su relación con los aliados políticos en su época de jefe militar, casi por completo pasó al olvido. Ricardo Covarrubias, tratando de hacer su lucha por reelegirse como diputado en 1924, terminaría enfrentándose a Rodríguez Luján, quedándose con la peleada diputación federal Enrique Ballesteros, el ex agente del Ministerio Público Federal encargado de aprehender al “Indio” Loera y asociados, pero también piedra de toque para su posterior liberación.
           
Sin embargo, los ex presidentes municipales Otto Möller y Juan Loera, cual cartuchos quemados, no tuvieron mayor prerrogativa dentro de las posiciones importantes del nuevo gobierno. Möller sólo volvería a la administración en calidad de subdelegado político de Los Algodones en 1929, y Loera ingresaría a la plana de funcionarios de consejería municipal de Mexicali, en 1926, durante la actuación de Alfonso B. Valencia como presidente de dicho consejo.
           
Antonio Múrua Martínez 
El impredecible Abelardo, en vez de nombrar como secretario general de Gobierno a uno de sus allegados dentro de su Estado Mayor, se trajo de Mazatlán al abogado Antonio Múrua Martínez para desempeñar tal puesto, medida que la plutocracia local, especialmente la de Tijuana y Ensenada, vio con buenos ojos. A José N. Acosta, lo nombró Ingeniero de Gobierno (Obras Públicas), y al ex gobernador interino Lucas B. Rodríguez lo hizo tesorero.

Abelardo y su manejo de las aduanas

En cuanto a las aduanas bajacalifornianas, supervisadas desde Palacio Nacional por el presidente Álvaro Obregón, Abelardo empieza a establecer sus mecanismos de control —muy al estilo Cantú— propiciando que el presidente ratificase a M. L. Cubillas, en la Fronteriza de Tijuana, y promoviendo a Guilebaldo Elías —administrador de la Aduana Marítima de Ensenada— para que sustituyese, en diciembre de 1923, a Antonio Flores, como administrador de la de Mexicali; Elías, iniciado febrero de 1924, sería remitido de vuelta a Ensenada con el mismo cargo que tenía en Mexicali, a causa de que había intercedido ante el propio presidente Obregón a favor de Crescencio Jaime —su contador principal en Ensenada y en Mexicali— a raíz de que un mes antes por orden presidencial había sido removido del puesto y acusado de corrupción. Guilebaldo Elías, defendiendo al hombre de todas sus confianzas, se defendía a sí mismo enviando al general Álvaro Obregón este telegrama:

«Mexicali, B. Cfa. a 7 de febrero de 1924.
Al Co. General Álvaro Obregón.
Presidente de la República.
Celaya, Guanajuato».

«Con fecha 12 de enero último cesó a Contador de esta Aduana C. Crescencio Jaime por orden expresa de usted a Secretaria de Hacienda, respetuosamente ruégole re-considerar acuerdo ordenando esta vía expresada a Secretaría repóngase empleo a dicho Señor por tratarse de persona competente, honrada y adicto al Gobierno constituido, como lo es todo el personal a mis órdenes. Respetuosamente. El administrador de la Aduana, Guilebaldo Elías».

Abelardo, habiendo tenido conocimiento extraoficial de que el general Obregón iba a transferir a Guilebaldo Elías a otra plaza fuera del Distrito Norte, el 16 de febrero intercede por su protegido, haciendo llegar al presidente de la república el telegrama siguiente:

«Num. 311. Noticia extraoficial será removido a otra Aduana Guilebaldo Elías, cuya labor en esta oficina ha sido muy eficaz, según comprueban los datos oficiales obran en Dirección de Aduanas y Secretaría de Hacienda, su gestión en este Puerto ha sido benéfica para habitantes de esta región, y este gobierno en las actuales circunstancias considera necesarios sus servicios en el actual cargo que desempeña dentro del Distrito Norte. Abelardo L. Rodríguez».

Con este mensaje seco, conciso, sin endosar a su nombre el título de gobernador o la categoría de general brigadier, Rodríguez Luján se sale con la suya ante Obregón, logrando que Elías permaneciera en su puesto de Ensenada.

En ese ínter, se da la coyuntura para imponer como administrador de la aduana principal del Distrito Norte —la Fronteriza de Mexicali— a su amigo Octavio Gaxiola, emparentado con el Francisco Javier del mismo apellido que fuese secretario de gobierno en el distrito durante el mandato de José María Tapia Freyding, y secretario particular de Abelardo al llegar éste a la Presidencia de la República.

Aun siendo las aduanas piloteadas desde Presidencia, el presidente de la república no tenía del todo el control operativo de éstas. Sobre este punto, para Abelardo L. Rodríguez era de vital importancia imponer a su gente en el control de las aduanas con el propósito de hacer suyo lo que se hacía dentro y fuera de las mismas. Así fue.

En cuanto a la recaudación fiscal a casas de juego, con Lugo el Distrito Norte obtenía o se quedaba con el 25% de las contribuciones que los casinos tijuanenses pagaban al gobierno federal; sin embargo, a finales de 1923 cuando la Federación otorgó a la empresa ABW la primicia fiscal sobre derechos de piso, a partir de entonces el gobierno distrital fue compensado con un subsidio de 900 mil pesos para solventar los gastos del aparato gubernamental, no pudiendo disponer el gobierno abelardista del dinero generado por la expedición de licencias para el establecimiento de cantinas, facultad que la Secretaría de Gobernación se había arrogado desde 1922.

A raíz de la salida de Cantú del gobierno en 1920, se dio una lucha de fuerzas entre el gobierno del Distrito Norte y los municipios en aras de agenciarse el producto de la aplicación de multas a narcotraficantes y adictos y demás, prevaleciendo, a inicios de 1924, la extorsión ejercida a estos sujetos por parte de las corporaciones policíacas.

En lo que atañía al control de narcotraficantes y al tráfico de estupefacientes dentro del Distrito Norte, a la llegada de Abelardo, se había producido un vacío que había sido de inmediato allanado por las bandas de traficantes chinos.

Al centro, sentado,
el coronel Francisco S. Peralta
Piezas fundamentales para propiciar que el gobernador Rodríguez Luján recuperara el control de toda esta serie de vertientes generadoras de cuantiosas sumas de dinero ilegal, fueron Francisco S. Peralta —titular de la Inspección General de Policía—, Alberto García −jefe de la Fiscal y de Campo− y los administradores de las aduanas de Mexicali, Tijuana y Ensenada.

El ahora coronel Francisco L. Peralta —quien a instancia de Rodríguez Luján le había sustituido en el cargo de jefe de la Policía de Nogales cuando, en marzo de 1913, el general se adhirió al carrancismo—, era muy amigo de Abelardo; éste con el fin de apuntalar la casi nula vigilancia ejercida por la exigua plantilla de celadores de la aduana sobre una amplísima superficie territorial, refuerza en el Distrito Norte la intervención de la Policía Fiscal y de Campo, sostenida por José Inocente Lugo en el Distrito Norte con el fin de controlar el contrabando.

Se trataba de una institución que era versión sui generis de la antigua gendarmería fiscal sonorense, operando durante el porfiriato, dependiente del gobierno del distrito y no de Hacienda; corporación que Abelardo pondría bajo control de Pancho Peralta inspector de Policía, nombrando como jefe operativo de la misma el temido Alberto García: era un ex-coronel villista que había cometido terribles asesinatos en Sonora y otras regiones del país en tiempos de Cantú. Las autoridades norteamericanas lo habían deportado hacia el Distrito Norte y entonces el coronel Cantú terminó por confiarle la Comandancia de Policía de Mexicali. García era un conocedor de la zona de trabajo además del ramo aduanero pues estuvo trabajando un tiempo en la sección aduanera de Los Algodones.  Este tipo de hombres fue, en parte, la clave del éxito de Abelardo en cuanto al control ejercido sobre los dineros producidos por el contrabando de toda especie, emolumentos que en parte acabarían por quedarse en los bolsos de la élite gobernante del distrito y no en las arcas de la Nación.

La gendarmería distrital de Cantú, acompañada de su dichoso regimiento, sí hacían la vigilancia de campo dentro del Distrito Norte, pero no tenían atribuciones de fiscalización sobre mercancía en tránsito entre ambos lados de la frontera. Para dicho fin, Esteban Cantú (haciendo a un lado los criterios legales de Hacienda para asignar personal de fiscalización en las aduanas del país), del peculio distrital dispuso aumentar la plantilla de celadores de Aduanas,  a caballo, a cargo de diversos puestos fiscales a lo largo de la frontera; plazas que fueron aumentando conforme los requerimientos de sus administradores, concentrados en mejorar cada vez más y más el cuerpo de fiscalización aduanal.
           
Sentado, Leopoldo Verdugo,
jefe de resguardo aduanal
Con la llegada de los gobiernos de la revolución, la plantilla de celadores dentro de las aduanas bajacalifornianas, retornaron a sus cauces institucionales, habiendo en la Aduana Fronteriza de Mexicali, para 1924, un jefe de resguardo aduanal —Leopoldo Verdugo, ex funcionario durante el gobierno de José Inocente Lugo— con tan solo una plantilla autorizada de poco más de una decena de celadores adscritos a la garita. Imposible de controlar el contrabando con ese personal dependiente de una Aduana Fronteriza de Mexicali cuya jurisdicción comprendía un segmento de línea fronteriza internacional que se alargaba desde Los Algodones hasta Tecate; es decir que atravesaba más de media Península.
           
Echado a andar su efectivo plan para controlar el contrabando indiscriminado que se hacía a través de la línea fronteriza entre California y el Distrito Norte, a mitad de 1924, el gobernador Rodríguez Luján rechazó recibir el subsidio de 900 mil pesos, solventados por las aduanas, para cubrir el pago de los salarios de la planta magisterial y del aparato judicial así como los gastos de la tropa acantonada en el distrito. También ese año, el gobierno abelardista le facilitó 1 millón de pesos al general Obregón para los gastos de campaña emprendida contra los rebeldes delahuertistas.

Abelardo mantendría con firmeza la decisión de rechazar el subsidio federal a lo largo de su gestión gubernamental (1923-1929). Incluso, su gobierno se daría el lujo de obsequiar dinero al gobierno federal para la compra de dos barcos guardacostas destinados a vigilar las aguas territoriales de la Península de Baja California.
           
A raíz de aquellas medidas del gobierno abelardista, la Aduana Fronteriza de Mexicali quedó supeditada solo a hacerse cargo del pago a trabajadores del ferrocarril Mexicali-San Felipe, cuyos trabajos empezaron desde 1923. Francisco Pérez estuvo a cargo de realizarlos hasta noviembre de 1924 en que fueron suspendidos. Tiempo después, la “Colorado River” retomaría aquel proyecto para tratar de revivirlo sin éxito. 

Desde sus inicios como gobernador, el control férreo ejercido por Abelardo sobre el contrabando y sobre los traficantes —especialmente de droga y alcohol—, así como una peculiar visión en los negocios y su amistad inquebrantable con el jefe máximo Calles que lo llevó a la Presidencia de la República en 1932, fueron factores suficientes para situarle durante la década de los treinta como uno de los hombres más ricos y poderosos de México.  

Abelardo destraba la crisis de vivienda en el Distrito Norte

En febrero de 1924, Abelardo vuelve a contraer nupcias y se casa con la poblana Aída Sullivan Coya, estabilizando el renglón relacionado con sus fracasos matrimoniales anteriores y con quien habría de procrear tres varones: Juan, Fernando y Abelardo.

Harry H. Clark
Al mes siguiente, Harry H. Clark —gerente general de la Colorado River Land Co.—, telegráficamente formaliza ante el general Obregón una solicitud de exención para el pago de derechos consulares y aduaneros por 500 mil pesos para la construcción de su edificio matriz. El presidente de la república simplemente se desembaraza del asunto turnando el documento al secretario de Hacienda Alberto J. Pani para su escrutinio y posible aprobación.
           
El 21 de abril del año en cuestión, la Secretaria Particular de la Presidencia, recibe el veredicto firmado por el subdirector de la Dirección General de Aduanas:

«Con referencia al asunto de que tratan los telegramas que me permito devolver a usted, tengo la honra de informarle, por acuerdo de la Secretaría de Hacienda, que con fecha 7 de los corrientes y en oficio número 4223, esta oficina manifestó al Administrador de la Aduana de Mexicali que no es posible permitir la importación libre de derechos del material para un edificio que va a construir la Colorado River Land Company, por oponerse a ello las disposiciones legales vigentes».

El gobernador Rodríguez Luján hace suyo el asunto, solicitado la intervención de Gobernación (de Plutarco Elías Calles) para que la Colorado River Land Co. consiguiera el otorgamiento de la exención de impuestos a la importación de materiales para la construcción de sus instalaciones. No sólo logra eso, sino que replantea al gobierno de la República la imperiosa necesidad de hacer traer hacia Tijuana, Ensenada y Mexicali a los funcionarios federales radicados en San Diego, Nacional City, Garbo y Calexico, objetando para eso el altísimo costo de los materiales para la construcción de vivienda a raíz de los elevados impuestos de importación y derechos consulares aplicados a esos productos.
           
Después de medio siglo de estar el pueblo bajacaliforniano machacando al gobierno central sobre este problema, el habilidoso gobernador conseguía la condonación del pago de derechos consulares y aduanales a la importación de materiales para construir en el Distrito Norte. Dado este paso trascendental para el desarrollo regional, Abelardo convoca públicamente a los funcionarios federales a venirse a radicar a suelo mexicano.
           
Boom de la edificación de residencias en el Mexicali de 1924
De tal modo que de las 884 construcciones que había en las tres secciones que conformaban a Mexicali en 1923, cuatro años más tarde la edificación de casas y edificios se dispararía a la cifra de 3 mil 474, en total. Crónicas sociales sobre el Mexicali de aquella época, reseñan este evento destacando a Pancho Peralta —inspector de Policía— y a Maurilio Magallón —ahora contador principal de la aduana de Mexicali— como los primeros funcionarios en acudir al llamado del gobernador, al dejar sus residencias en Calexico para venirse a radicar al poblado a estrenar casa.

Para eso, Antonio Múrua —secretario general de Gobierno— envió a los funcionarios federales el siguiente aviso:

«Este gobierno ha tenido a bien prorrogar hasta el día 29 de abril, el plazo concedido a los empleados de la Administración Pública del Distrito con residencia aún en el extranjero, para que se trasladen a Territorio Nacional».

«Lo que se comunica por acuerdo del C. Gobernador para los efectos consiguientes. Sufragio Efectivo-No Reelección. Antonio Múrua, Secretario de Gobierno».

Lo cierto fue que Abelardo obtendría un éxito muy parcial en cuanto a eso de convencer al empresariado y a la burocracia federal para que se vinieran de los Estados Unidos a radicar a su tierra. Y mire que por esos días aún quedaba muy remota la fecha para que se inauguraran los Mcdonald´s con sus Happy Meals

Tradicional Escuela Primaria Benito Juárez
En ese mes de Abril de 1924, Rodríguez Luján —a través del XIII Ayuntamiento— inicia la construcción de una nueva presidencia municipal así como la instalación del primer mercado formal del municipio de Mexicali, pero también termina de construir los edificios inacabados pertenecientes a la Escuela Primaria “Leona Vicario” y luego el de la Primaria “Netzhualcoyotl”, mandados a edificar un año atrás por el ex gobernador José Inocente Lugo. El edificio de tipo neoclásico de la tradicional Escuela Primaria Benito Juárez fue construido durante el gobierno de Abelardo Rodríguez Luján. Este inmueble fue derruido en la década de los setenta, durante el gobierno de Milton Castellanos Everardo. Inequívoco signo de que, para 1971, el abelardismo  había perdido punch en Baja California.


Abelardo L. Rodríguez y Juan F. Brittingham
Ese año de 1924, también, ocurre un suceso de gran importancia para el posterior reimpulso realizado a favor de una industria algodonera bajacaliforniana, ya diversificada, al dar inicio los trabajos de construcción de la Compañía Industrial Jabonera del Pacífico S. C. Ltda. Para el 19 de septiembre del año siguiente, Juan F. Brittingham,  Harry Chandler y Moses H. Sherman, accionistas mayoritarios de la Colorado River Land Company, firmaban ante notario el acta constitutiva de “La Jabonera”, cuya maquinaria  fue instalada hasta 1927. Un año más tarde, obtendrían una molienda diaria de 90 toneladas de semilla de algodón.

Gobierno abelardista contra Magaña Mejía
                                                                         
Ramón A. Pesqueira
El 1 de enero de 1924, Ramón A. Pesqueira asume la presidencia municipal, acompañado de los regidores Anacleto Luna —como vicepresidente—, Evaristo Villarreal —representando a Tecate—, Miguel Vildósola, Benito Gómez, Cesáreo Méndez, Luis Ángeles y otros. Durante ese lapso, el coronel Marcelino Magaña Mejía que había vuelto a interponer ante el gobierno federal solicitudes de reparto agrario de las tierras de “La Progreso”, en posesión de Víctor Caruso, recibe de parte de José G. Parres —subsecretario de Agricultura— la contestación siguiente:

«Respecto a los Terrenos arrendados a Víctor Caruso, me he permitido informarle que han sido cedidos al gobierno del Distrito Norte de la Baja California para que los colonice».

Magaña Mejía —con fines expropiatorios— también había organizado a los arrendatarios de tierras desde tiempos de Esteban Cantú, como lo eran los habitantes de las colonias Sonora, la Zaragoza, la Herradura, la Castro, la Álamo Mocho, la Abasolo y la Rivera, formada ésta última entre 1920 y 1921.
           
El gobernador Rodríguez Luján, conociendo los alcances de Magaña Mejía, viola el marco constitucional vigente hasta esa fecha, y compra a la Compañía de Terrenos y Aguas de la Baja California, S. A., 10 mil hectáreas con el fin de rentar parcelas a los pequeños agricultores por espacio de un año. Luego haría lo mismo que ya había hecho antes Inocente Lugo, refacciona a los pequeños productores  con 150 mil pesos para que pudieran empezar a sembrar en el ciclo algodonero en puerta.

Este tipo de modelo de tenencia de tierras por arrendamiento, iniciado por la Colorado River Land Co. desde 1912, y proseguido por Esteban Cantú a inicios de 1916, era congruente con la visión obregoncista y callista siempre y cuando los posesionarios de aquellas pequeñas fincas agrícolas fueran mexicanos. Con los gobiernos de la Revolución, entre 1922 y 1923, el gobernador Inocente Lugo había empezado a promover este modelo con gente de las colonias, obteniendo resultados favorables para ambas partes. Esta acción de Obregón y Calles dirigida a refrenar el manifiesto influjo de los radicales sobre el campesinado del Valle de Mexicali, era incompatible con lo que pensaba el villista Magaña Mejía en torno al reparto agrario.

Con las tres emes de Marcelino Magaña Mejía inicia el movimiento que diera cauce a la expropiación de tierras en Baja California, siempre en deuda con este villista jalisciense con tanto o mayor mérito que Marcelino Velásquez Calleros, Benjamín Magaña, Leonardo Prado, Ignacio Sánchez Campos, Miguel Llano, David Rubio, Benigno Lamas, Florentino Domínguez, Macario Sández, Manuel Aguilar, Francisco López, Rosalío Montes, Zeferino Huerta y  que la propia Felipa Velázquez Vda. de Arellano, líderes del Comité Ejecutivo Agrario de la organización Rojo y Negro en 1930, o incluso de cara a los que participaron en el “Asalto a la Tierra” de 1937, apoyados enteramente por el gobierno cardenista.

Al villismo, Mexicali debe que haya sido convertido en municipio el año de 1915, y son también villistas identificados con el anarcosindicalismo magonista y con la C.G.T., los que, entre 1921 y 1922, empiezan en el Distrito Norte de la Baja California el movimiento en pos de la Reforma Agraria de 1937.
           
Fin de la rebelión delahuertista y del caso Covarrubias

A mediados de 1924, por fin sofocaron la rebelión delahuertista, iniciando la carrera electoral Plutarco Elías Calles y Ángel Flores con sus candidaturas a la Presidencia de la República, lo que degeneró en la fractura del grupo Son-Sin siendo asesinados la mayor parte de los generales sinaloenses con mando de tropa como Rafael Buelna Tenorio, Juan Carrasco, Benjamín G. Hill, Salvador Alvarado Rubio y Juan M. Banderas, incluyendo los asesinatos de los ex candidatos presidenciales Ángel Flores y del antirreleccionista Francisco Serrano, quedando fuera de esta lista los generales Pablo Macías así como el obregoncista José Gonzalo Escobar y el carrancista Ramón F. Iturbe, parte de la plana mayor de militares sinaloenses.


Los mazatlecos Escobar e Iturbe, al lado de otros obregoncistas como el gobernador de Sonora, Fausto Topete, con el Plan Hermosillo (La Renovadora), elaborado por el ideólogo Gilberto Valenzuela Galindo, se levantarían en armas, en 1929, contra Plutarco Elías Calles y su maximato: la rebelión escobarista. Los divisionarios Obregón y Escobar, por su reconocido talento militar fueron dos hombres muy respetados dentro de las filas del Ejército Mexicano. Ambos se encuentran entre los pocos que pudieron derrotar a Francisco Villa.
           
Ricardo Covarrubias, presunto radical, sin la altitud de miras ni dueño del tipo de decisiones que era capaz de tomar su paisano Marcelino Magaña Mejía, con el propósito de volver a reelegirse, el 27 de abril de 1924, funda un Partido local: el Radical Agrarista (PRA).

Ese día, durante la asamblea inaugural del P.R.A. efectuada en el Teatro-Carpa, instalado en la confluencia de las calles del Ferrocarril (López Mateos) y Azueta (Juárez), el periodista Heriberto Villarino —también empleado de la oficina de Migración— lanza diatribas contra el gobierno distrital asegurando que sus principales funcionarios se dejaban sobornar por los potentados chinos. A la mañana siguiente, Villarino iba a dar con sus huesos a la cárcel por órdenes del gobernador.
           
Tres días después, los señores José E. Araiza y Fernando Navarro Aguinaga, presidente y secretario del instituto político fundado por el diputado Covarrubias, le envían un telegrama de protesta al presidente Álvaro Obregón y para el 3 de mayo publicaban su queja en el periódico “El Monitor”, en el que se daban hasta el lujo de acusar al licenciado Arturo Guajardo de usar doble cachucha al hacerla de consultor del gobierno y a la vez de apoderado de las principales empresas, con el fin de despojar a los pocos pequeños propietarios de tierras de cultivo como lo eran Eustaquio Castro y José I. Pérez de la Colonia Castro.

Obregón se concretó a reenviar la acusación al gobernador Rodríguez Luján, ordenándole explicaciones. En la contestación el gobernador —independientemente de aclarar que el abogado Guajardo no era ningún consultor de su gobierno, sino una especie de buen samaritano con los menos favorecidos— descalifica al periodista Villarino de ser un borrachín, irredento, acusando a Araiza de agitador radical implicado en el homicidio de Pedro Reyes —comisario de San Luis, Sonora—, dejando claro que no le había gustado el tono con que el presidente Álvaro Obregón le pedía explicaciones, si se observa el texto de su “Carta Abierta” publicado en el bisemanario “Mercurio” contra la dirigencia del Partido Radical Agrarista, en cuyo segundo punto remacha:

«A pesar de que el Gobierno a mi cargo ayudó al General de la República con más de un millón de pesos para los gastos de la campaña emprendida contra los infidentes que encabezaban De la Huerta y socios, cantidad muy respetable si se toma en cuenta la crisis que indefectiblemente hubo de originar la revuelta, estancando el comercio y la industria y sembrando la muy natural desconfianza en el capital extranjero que dejó de afluir al país, originado el consiguiente trastorno económico».

«El Gobierno del Distrito ayudó a todos aquellos agricultores que supieron cumplir con sus compromisos contraídos anteriormente [con el gobernador Lugo, en 1923], con una cantidad mayor a CIENTO CINCUENTA MIL PESOS, con los que se les ha estado refaccionando en el corto periodo que tengo de estar actuando como gobernador».

La lectura real de este recuento que Rodríguez Luján dirige con dedicatoria al general Obregón, bien se puede interpretar así: Y después de todo lo que he hecho por usted señor Presidente al regalarle un millón de pesos en apoyo a su campaña contra de De la Huerta y sus compinches, y lo que he realizado por las colonias agrícolas al dotar a más gente de terrenos —arrendados  por un año—, otorgándoles crédito para sembrar como es su soberano parecer, aun así desconfía de mí al punto de pedirme explicaciones, en lugar de darme su apoyo contra los radicales.
           
Tras el préstamo de tierras a campesinos con posibilidad de recibir algún día títulos de propiedad si cumplían con los empréstitos pactados, Abelardo había dotado de tierras a algunos otros colonos como los de Hechicera, Paredones y Cucapá; al mismo tiempo, acicateado por la dura presión de los radicales, promoviendo solicitudes de tierras, se vio obligado a darle cauce al funcionamiento de la Comisión Agraria local.

Todo indica que en el Distrito Norte durante los gobiernos de Obregón y Calles, el gobierno federal trataría de suplantar a la “Colorado River” y a la “Compañía de Terrenos y Aguas” como arrendador principal de tierras del Valle de Mexicali, después de adquirir los terrenos con dinero de las arcas del Distrito Norte y de apoyar el despojo de tierras a los antiguos rancheros establecidos por los días en que Guillermo Andrade obtuviera títulos de propiedad de la mayor parte del Desierto del Colorado.

Desde el Siglo XIX, esas tierras en litigio formaban parte del patrimonio de Bernardo Meléndrez, Santiago Castro, Ángel González, Chuy Loroña, Agustín Botrón, Manuel Cabrera, las familias Moreno y Fonseca. A Guillermo Andrade el gobierno porfirista le había otorgado un contrato de colonización, en 1878, de un amplísimo territorio y diez años después —el 8 de marzo de 1888— hasta le extendió títulos de propiedad de casi la totalidad de los Valles de San Luis y de Mexicali, exceptuando los bienes de los propietarios antes citados. Sólo bastaba con que el gobierno de la revolución hiciera buena la amenaza de desconocer los derechos de propiedad otorgados por la dictadura porfirista sin previo pago, para deslegitimar la posesión de tales tierras, expropiándolas.  A eso era a lo que le temían los accionistas de la “Colorado River”, cuya inversión a esas alturas ya había sido recuperada pero con creces.

Pero la crisis económica mundial de 1929 y la derogación de la Ley Seca en los Estados Unidos el año de 1933, aunado a la llegada al poder de Lázaro Cárdenas el 1 de diciembre de 1934, dieron un vuelco inesperado a todo este asunto de la tenencia de la tierra dentro de la Baja California.

El pateador de periodistas

Por los días cercanos a los festejos conmemorativos al Día de la Independencia del año 1924, en Ciudad de México, algunos titulares de los periódicos de la capital del país, reseñaban un suceso bochornoso acaecido en el lejano Distrito Norte de la Baja California, entre un desquiciado gobernador y jefe militar en contra de un par de viejos periodistas, uno cojo y otro manco, llamados José Esperón —del “Monitor” — y José Cayetano Zepeda —del “Eco del Distrito” — directores de dos medios informativos de Mexicali.
           
Sucede que el día 10 de septiembre, Esperón, animado seguramente por su paisano el diputado Covarrubias —dueño de ambas publicaciones—, había publicado otra de esas “Cartas Abiertas” en contra del gobernador Rodríguez Luján, muy acorde con el tono de la que había hecho antes Araiza, el dirigente del Partido Radical Agrarista.
           
Al día siguiente, durante la mañana el gobernador sale de palacio, caminando, en compañía de Ramón A. Pesqueira —alcalde de Mexicali—, de Pancho Peralta —inspector de Policía—, de Alberto García, a cargo de la Fiscal y de Campo, de Octavio Gaxiola —administrador de la Aduana—, de Alfonso Pellegrín, intérprete del gobierno distrital, del capitán Ramón Rodríguez Familiar  y otros dos ayudantes, y se dirigen a las instalaciones situadas al sureste del edificio de gobierno, al Campo Deportivo Militar recientemente inaugurado, con la misión de presidir un evento en el que participarían invitados del vecino país.

Terminada aquella ceremonia oficial, la tertulia se prolonga hasta eso de la 10.30 de la noche, en que la comitiva gubernamental, rodeada de polizontes, decide visitar el Molino Rojo, regenteado por Carmen Cantua, con el fin de echarse la del estribo. Estando allí, enfrascado en amena charla con su anfitriona “La Bicicleta”, al general le informan que los pilluelos de Covarrubias, de Esperón y Zepeda se encontraban en la “Botica Mexicana” —de Simón Anguiano— curándosela en salud. El general se encabrita, y le ordena a su asistente Rodríguez Familiar que, a como diera lugar, los trajese en presencia suya. Rodríguez Familiar y sus ayudantes llegan a la botica, encontrándose con la novedad de que Covarrubias había cruzado la línea rumbo a su casa en Calexico y que sus acompañantes habían hecho lo propio yendo a la suya, en el Edificio Verdugo y en el Hotel Mazatlán. Finalmente el capitán va y saca a Esperón y a Zepeda de sus aposentos y les lleva, empijamados, en presencia del general Rodríguez y su comitiva.  
           
El gobernador les recibiría con un hijos de tal por cual, ¿quieren que les conteste su carta? A lo que Esperón le respondió cómo usted quiera, mi general. Y, a manera de entremés, Rodríguez Luján le dio al pobre José Esperón una zarabanda de perro bailarín con la cacha de su pistola hasta dejarlo tendido en el suelo. Zepeda, que si bien era manco pero no cojo, trataría de poner pies en polvorosa impidiéndoselo una lluvia de balas al piso. Paso seguido, el general comprobaría que Zepeda no era tan cabeza dura como Esperón, pues al primer cachazo en la testa, lívido, rodó por el piso. Ambos periodistas, desmayados sobre el piso, recibieron patadas a granel. Esta fue otra de las ocasiones en que a Abelardo le ganara su natural daltonismo, viendo moros con tranchetes.

Con la intervención de la prensa norteamericana, este suceso se convertiría en un escándalo mayúsculo, el mismo que el gobernador del Distrito Norte trató de aminorar al obligar a Alfonso Pellegrín, o sea al traductor del gobierno —imagínese— a echarse la culpa de ocasionar tan salvaje agresión en contra de dos ex villistas fatigados por la edad y discapacitados físicamente por los embates de una guerra civil. Con esa treta, Abelardo logró aminorar el enojo de Obregón y Calles —presidente en funciones y presidente electo— en contra suya, por aquella paliza infringida a dos viejos revolucionarios.

Covarrubias al siguiente año estaba vendiendo sus periódicos para marcharse a su tierra, Jalisco, donde tiempo adelante volvería a ser diputado federal por aquella entidad. El callismo, prolongándose con Abelardo L. Rodríguez en la presidencia, desaparecería —en 1933— del marco constitucional la reelección consecutiva de diputados y senadores, con el brete de diezmarle fuerza al Poder Legislativo.

El comandante Leopoldo Verdugo: Censor “de película”          


A eso de la 9 de la mañana del viernes 19 de diciembre de 1924, frente a la garita fiscal de la calle Melgar se filmaba una escena de uno de tantos churros hollywoodenses que se realizaron durante la década de los veinte, intitulado “Los Caballeros del Condado”. La escena consistía en que una dama, medio crápula, salía hasta las trancas del Mexicali Beer Hall de la Avenida Madero, entre Melgar y Zorrilla, para tomar rumbo a la línea donde se encontraba un pastor negro tratando de convertir con su prédica a los borrachos irredentos que transitaban por el lugar de ida hacia los Estados Unidos. Al paso de la mujer por el sitio donde el reverendo entornaba los ojos al Cielo, conjurando el auxilio divino, el buen hombre se percata de la presencia de aquella oveja descarriada  y la aborda pero con tan mala pata que al ver ésta al canijo negrote, se cisca y corre a pedir ayuda al primero que encuentra: un tipo moreno, sombrerudo, mostachón, muy mal encachado, que, erigiéndose en defensor de la fulana, con tamaño cuchillote, mandaba al afanoso predicador  a chupar Faros. Pero no acababa aún el actor de azotar en el suelo, fingiéndose muerto, cuando en eso llega don Polo Verdugo y se le adelanta al director Steel con la voz de ¡corte!, suspendiendo la filmación con el pretexto de que estaban filmando la garita fiscal sin permiso. 
           
Al rato arribaría a la escena del crimen fílmico Pancho Peralta y en calidad de inspector de Policía le solicitara a Steel su permiso de filmación. Todo estaba en regla, ya que un mes antes los ejecutivos de la productora de Arthur Mix desde Los Ángeles habían contactado con “El Corellón” —con Rafael Corella, gerente del Cine Iris— para que les echara la mano gestionando ante las autoridades del municipio permiso para filmar y además que los ayudase en la contratación de algunos extras con cara de pocos amigos. Para eso, “El Corellón” le encomendó a Aurelio “Yeyo” Velasco —vecino de la colonia Pasadina— que reclutara a reconocidos beodos del pueblo. Así fue como el caritativo “Yeyo” —en vez de darles el último empujón hacia el abismo— acabó por hacerlos artistas, lanzando a los borrachitos de Mexicali al estrellato de la cinematografía mundial.
           
No sin antes de tachar en público a Ramón A. Pesqueira —al presidente municipal— de ignorante; Pancho Peralta le decomisa la cinta a Steel, y, por consiguiente, anula el permiso de filmación con otro argumento muy diferente al que pretendía filmar el cineasta gringo en Mexicali, declarando a los chicos de la prensa:

«Con esta película sólo se trata de denigrar al país, mediante una campaña de desprestigio que intencionalmente han dado en realizar algunas compañías cinematográficas norteamericanas, haciéndonos aparecer en la pantalla como seres capaces solamente del pillaje y adoradores eternos del vicio».

Hollywood era el menos indicado moralmente para venir a remover el agua al llamado sindicato del vicio norteamericano y afiliados mexicanos, obteniendo pingüe ganancia con sus negocios turbios operando dentro del Distrito Norte.
           
Como director de películas realizadas en Mexicali, “El Corellón” correría con mejor suerte que Steel, pues —en 1926— se saca la espina filmando su “Raza de Bronce”, un libreto escrito por Alfonso Tovar —alias “Tobarich”— que bien podía interpretarse como una apabullante respuesta al desangelado culebrón de Arthur Mix; cinta en la que Corella estrena sus dotes de director fílmico, haciendo aparecer en primer plano a gallardos soldados federales —como el gobernador y el jefe de policía del Distrito—, luchando en el campo de batalla contra una turba de aguerridos alzados en armas (como los delahuertistas),  a los que, como corolario, el ejército y el pueblo se los echaban al plato, yendo luego el muchacho de la película —un apuesto oficial del Ejército mexicano que bien podía ser Rodríguez o Peralta— a reencontrarse en brazos de su amada. Todo un orgasmo interplanetario con visos propagandísticos que sería exhibido, incluso, en algunas salas de la capital del país.

Fin del orden de gobierno municipal

Al final de la administración Pesqueira, el antiguo edificio de Madero y Azueta que había servido de subprefectura después de la asonada magonista de 1911, y luego como presidencia municipal y aduana a partir de 1915, cerraba su ciclo vital para que el nuevo alcalde tomara presunta posesión de las nuevas instalaciones municipales.

Miguel Vildósola
El 1 de Enero de 1925, Miguel Vildósola, de 27 años, con una mayoría de 7 votos contra 5 en una elección cocinada dentro del nuevo cuerpo edilicio, tomaba posesión del cargo de presidente municipal, comandando al grupo de regidores conocidos con el mote de “los confederados”, una facción compuesta de practicantes confesos de la masonería y del catolicismo, es decir de gente que —al estilo gringo— ejercía una libre masonería. Fuera de eso, de cara al gobierno abelardista, algunas de estas gentes había formado parte del extinto Partido Nacional Cooperativista dentro del Distrito Norte, destacando entre ellos los Vildósola, ligados a los grupos radicales rojos dentro de la región. La facción identificada con Vildósola eran los regidores Ramón A. Pesqueira, Luis G. Valdés, Cruz R. Villavicencio —compañero de Lerdo González en la asonada cantuista de 1921, ahora de radical—, Benito Gómez, Cesáreo Méndez y Evaristo Villarreal, tecatense fundador de un negocio llamado “Estrella Azul”. Como vicepresidente el equipo había elegido a Benito Gómez. Como secretario del Ayuntamiento y jefe de la glosa —un par a todo dar—: el ex juez Carlos Robles Linares y Heriberto Borunda, jefe de la oficina de Recaudación y Rentas de Ensenada, en tiempos de Esteban Cantú.

Sus oponentes dentro del cuerpo edilicio se hacían llamar “los librepensadores”, presuntamente ateístas y también masones, liderados por el comerciante Adolfo B. Valencia, este grupo estaba integrado por Alfredo Pradis, el tecatense Eufrasio Santana, Rafael F. Gastélum, José Pérez y Carlos Lambarén.
           
En aquella sesión inaugural de cabildo de un cuerpo edilicio de arrevesados —radicales católicos contra liberales tradicionalistas ateos, como el gobernador—, incompresiblemente, a un hombre de la experiencia del secretario Robles Linares se le olvida levantar el acta constitutiva del nuevo cabildo; pero lo más inverosímil de todo fue ¡tamaña estupidez! que a los regidores del nuevo cuerpo edilicio, también se les olvida exigirle al secretario del Ayuntamiento el levantamiento de esa acta para firmarla y así legitimar sus funciones como ediles de la nueva administración municipal.
           
Al final de aquella sesión inaugural, el alcalde Vildósola cita a los regidores a otra asamblea para el día siguiente con el fin de designar las Comisiones del Ayuntamiento. Llegada la hora, sucede que los “los librepensadores” no se presentan y por falta de quórum se suspende la reunión de cabildo. Después del caso Loera en 1923, el gobierno de Lugo había introducido una enmienda al artículo 20 del Reglamento Interno del Ayuntamiento, la cual, anulando la participación de los suplentes, prescribía que cuando un presidente convocaba hasta por tres veces y no lograba quórum por parte de los regidores propietarios, entonces era facultad del gobierno del distrito intervenir para la desintegración del Ayuntamiento.
           
Entre salidas fuera de la ciudad y declaración adversas contra los “confederados”, los regidores, autoproclamados  “librepensadores”, dejan pasar los meses de enero y febrero no acudiendo a las sesiones de cabildo, en tanto el presidente municipal se abstuvo de seguir convocando a tales asambleas, concentrándose en el amueblado del nuevo palacio municipal. A mediados de marzo de 1925, Miguel Vildósola le enviaba un telegrama al presidente Plutarco Elías Calles con la siguiente petición:

«Este Ayuntamiento Hónrome presidir, ha emprendido obras materiales de consideración, entre ellas acaba de construirse palacio municipal con costo mayor de 150 mil pesos, estando por inaugurarse primeros días abril próximo».

«Muebles para el mismo comprados en Los Ángeles, costaron 6 mil pesos, más o menos, obras invertidas muy fuertes cantidades, con algunos sacrificios, por esta ciudad en formación».

«Muy respetuosamente suplícole, conceder a este Ayuntamiento exención derechos importación: muebles ya comprados, así como implementos y combustible nueva planta de agua potable que surte ciudad y cuyo costo asciende ya a cerca de 200 mil pesos. El presidente Municipal, Miguel E. Vildósola H».

A fines de ese mes de marzo, era un secreto a voces que el gobernador desaparecería al Ayuntamiento de Mexicali. El 1 de abril, Heriberto Borunda —jefe de la glosa municipal— que ya se sabía muy bien el caminito, interpone ante el licenciado Plutarco Gallegos —Agente del Ministerio Público del Fuero Común—, una demanda en contra de los regidores “confederados” Miguel Vildósola, Ramón A. Pesqueira, Luis G. Valdés, Cruz R. Villavicencio, Benito Gómez, Cesáreo Méndez y Evaristo Villarreal, bajo la acusación de que en tesorería municipal existían una serie de vales autorizados por el presidente municipal sin comprobación alguna, cuyo monto ascendía a cuantiosa suma. Para el día 4, Alberto García y su “Policía Montada” aprehendían a los regidores acusados de abuso de autoridad, exceptuando al comerciante tecatense Evaristo Villarreal que había logrado pegar carrera hacia Calexico. 

Empezando la semana, el lunes  6 de abril de 1925, el gobernador Rodríguez Luján desconocía al cuerpo edilicio en pleno y daba por desaparecido a un Ayuntamiento de Mexicali que constitutivamente jamás existió de manera legal gracias a Robles Linares, a quien para 1928, con sede en Tijuana el gobernador Abelardo L. Rodríguez otorgaría patente como notario público.

En lugar del cabildo, L. Rodríguez nombró un Consejo Municipal de “gente preparada”, según declaraciones del gobernador –o sea, no ignorantes como los radicales Pesqueira y Vildósola, si parafraseamos a Pancho Peralta–, presidido por Federico Palacio y cuyos integrantes eran el doctor Manuel Monter, el coronel Miguel Rodríguez Galeana, Francisco Lamarque y el periodista Alfonso Tovar.

Palacio de Gobierno Municipal
El día 7, don Quico, en consonancia con su apellido, tomaba posesión del nuevo palacio con todo y muebles traídos de Los Ángeles. En tanto el joven Miguel Vildósola y sus “confederados”, varios días después salían de la cárcel no sin el pago de una respetable fianza de 4 mil pesos, rebajada a 2 mil.
             
Con el tiempo, consciente Rodríguez Luján de que un día había llevado al baile a Miguel Vildósola, habría de mandarle llamar varias veces al cabo de su vida con la idea de hacer las paces, las mismas ocasiones en que Vildósola rechazó sus llamados. Fue hasta la década de los cuarenta, cuando Abelardo se hizo gobernador de Sonora, que volvieron a toparse en Hermosillo, quedando aquel asunto saldado con un buen apretón de manos y el consabido abrazo con manoteo de espaldas. Para eso tuvieron que pasar casi veinte años.

Con el indiscutible apoyo del gobernador, el consejo de notables con Federico Palacio encabezando la administración de Mexicali, en sólo 8 meses culminaron un conjunto de obras que quizá jamás se hubieran hecho por falta de consensos básicos entre los ediles. Para el día 26 de agosto de 1925, Federico Palacio, acompañado de Octavio Gaxiola –administrador de la Aduana cachanilla–, de Manuel Fernández Guerra, ingeniero de la ciudad, estaban inaugurando un puente de madera bautizado con el mote de  “Puente Blanco” que conectaba a Mexicali con Pueblo Nuevo, atravesando el Río a la altura de la terminación de Avenida Teniente Guerrero –prolongación Reforma–.
           

A Federico Palacio, durante su gestión le toca expedir los títulos de propiedad relacionados con los terrenos del fundo legal. Instala la iluminación de las Avenidas Obregón y Reforma, dotándolas de unos arbotantes hechos de granito con capelo de nítido cristal sobre armadura de hierro decorado. Sobre la Calle Oriente inaugura la Biblioteca Pública con sus 24 estantes traídos de Los Ángeles; asimismo, arrancan los trabajos para la construcción de una nueva Estación de Bomberos a un costado del edificio, recién hechecito, de la sede del consejo municipal.
           
Después de haber desaparecido el orden municipal de gobierno en la capital del Distrito Norte; Abelardo L. Rodríguez, a cambio, el 15 de octubre de 1925, creaba el municipio de Tijuana, bautizando a la ciudad con el nombre de Zaragoza. Cuatro años adelante los lugareños mandarían a la fregada el nombrecito de Zaragoza y el poblado volvería a ser la Tijuana que hoy conocemos. Tecate, por aquellos días pasó a ser sección municipal de Tijuana. Al poco tiempo, el gobernador se arrepentía de su anterior iniciativa, corriendo el municipio de Tijuana la misma suerte que el de Mexicali, al ser gobernado por otro consejo municipal.
           
Todavía a finales de 1926, M. L. Cubillas –el administrador de la Aduana Fronteriza de Tijuana– renunciaba al cargo con el propósito de competir en la elección municipal para el periodo de 1927. Las elecciones de pronto se suspendieron, quedando Cubillas por órdenes del gobernador como presidente del consejo municipal. Dos años más tarde, Rodríguez Luján lo haría delegado municipal de Tijuana.
           
El agente aduanal Luis H. Del Río sería otro de los afortunados al que el gobernador nombrara presidente de consejo municipal, en este caso de Ensenada.

Visita de Obregón y retorno de Cantú a Mexicali

Cuando procedentes de Los Ángeles, el 2 de abril de 1925, los hermanos José y Esteban Cantú llegaron al vecino poblado a hospedarse en el Hotel Calexico, y que José atravesó la línea fronteriza  con objeto de  entrevistarse con el gobernador Rodríguez Luján para pactar ese mismo día el regreso al país de su hermano Esteban, parte de la gente encargada de revivir aquella época ha sostenido un juicio que resulta un tanto temerario al asegurar que Abelardo por voluntad propia aceptó de vuelta a Cantú en Mexicali, omitiendo la firme oposición del presidente Calles para  aceptar de regreso a Cantú en territorio nacional.

No solo eso, más tarde Rodríguez Luján le devolvería a Esteban Cantú sus propiedades que comprendían desde la esquina de la Avenida Madero, yendo por la Calle Pedro F. Pérez y Ramírez hasta la Avenida Reforma del actual Mexicali, así como las tierras que partían de la línea fronteriza, abarcando a lo ancho desde la Calle 11 hasta el Bordo Wisteria de la Colonia Santa Clara para ir a dar a “Camino Nacional”: salida a Tijuana.

El anecdotario cuenta que cuando le preguntaron al genial  Daniel Sandez porqué se reían tanto el gobernador Abelardo L. Rodríguez  y el ex presidente Álvaro Obregón cuando estaban con él en esa foto, decía que fue tomada en el momento que exclamaba: “¡Heme aquí, como Cristo, en medio de dos ladrones”!
Si Abelardo no contaba con el apoyo del presidente de la República para aceptar a Cantú de vuelta en el Distrito Norte, no debemos de olvidar que el general Álvaro Obregón, entre 1925 y 1926, visitó en tres ocasiones Mexicali: La primera en junio —por las fechas en que Cantú regresó al pueblo— y la segunda en octubre, dándose una tercera visita el 8 de marzo de 1926, de la cual la prensa oficialista reseñó con impúdica lambisconería en el bisemanario “Mercurio”: “La Voz del Héroe se Dejó Oír en el Salón”. En aquel banquete, en la hacienda de Roncal, Arnulfo Liera —presidente de la Cámara de Comercio; Harry H. Clark, de la “Colorado River”por parte del sector agropecuario; y Alfonso Tovar representando al gobierno del distrito fungieron como oradores oficiales.

Obregón, el hombre fuerte de la revolución, estuvo en Mexicali por las fechas en que Cantú llegó al país con el fin de hacer las paces no precisamente con el callismo, sino con el obregonismo al que hacía sólo unos añitos había tachado de gobierno usurpador. Con otra, tras el asesinato de Carranza en 1920, José Cantú Jiménez se adhirió a Obregón y Calles, y para 1925 ya era general dentro del Ejército del Noroeste.

Resulta muy extraño, pues, que José Cantú no haya obtenido antes el visto bueno de su jefe, del general Obregón, para entrevistarse con el general Rodríguez Luján; lo mismo éste, se entrevista con Esteban Cantu sin contar con la autorización de su amigo el presidente Plutarco Elías Calles, cuya autoridad todavía no estaba por encima de la de Álvaro Obregón. Antes tuvieron que matarle.
           
El retorno de Esteban Cantú al Distrito Norte tuvo que obedecer a una decisión de Estado y no a la de un gobernador poderoso por estar al mando de un distrito territorial que por sí solo producía más dinero que algunas regiones del país con calidad de entidades federativas. En cuanto a la idea de que el reingreso de Estaban Cantú a territorio mexicano fue gracias a una decisión de Estado, lo confirmaría el ex gobernador Luis M. Salazar en una entrevista concedida en 1930 a José Castanedo para su revista “Minerva”, apreciada hoy por las gentes que realizan investigación histórica sobre Baja California.

La verdad fue que Esteban Cantú después de gobernar al Distrito Norte con la Constitución de 1857, incluso estando ya vigente la de 1917, y de causar serios problemas de seguridad nacional a los gobiernos de la revolución, jamás fue enjuiciado por traición a la Patria el equivalente a ser fusilado, lo que quiere decir que el gobierno de la República no llegó a considerarle un vendepatrias, como lo acusó el periodista Aurelio L. Gallardo en un libelo publicado en 1920 y revivido por “Mercurio” en 1935, a raíz de que el neoleonés lanzara su candidatura para una diputación federal contra una aplanadora llamada Partido Nacional Revolucionario (PNR). Al esquema cantuista de gobierno mucho le debieron Rodríguez Luján, Obregón y Calles como para que lo fusilaran. Al contrario, lo exoneraron y a la larga el sistema político lo rehabilitó haciéndole senador por Baja California en 1953.

Con Cantú, una cosa fue segregar a Baja California del proceso revolucionario con el fin de velar por los intereses económicos de los norteamericanos en la región y así salvaguardar los suyos, y otra muy distinta hubiera sido vender el territorio bajacaliforniano con el fin de anexionarlo al de los Estados Unidos.  Comprobado hasta ahorita. Eso jamás sucedió no obstante su desconcertante pirotecnia política.

A los gobernantes hay que juzgarlos partiendo del impacto social que producen sus obras en la colectividad, la máxima obra de Cantú en el Distrito Norte fue su “Camino Nacional”; la de Abelardo habría de ser la construcción del magno complejo turístico Agua Caliente, inaugurado el 23 de junio de 1928, del cual era socio; obra considerada importantísima dado que representó una especie de referente  para la apertura de otros tantos balnearios, como el Hotel Casino Playa en el puerto de Ensenada, fortaleciendo  en la región a una lucrativa industria turística basada en los juegos de azar y demás; así también Abelardo inició la edificación de la presa tijuanense que hoy lleva su nombre, sin omitir lo realizado muy especialmente dentro del renglón educativo.                

En el Distrito Norte, durante el gobierno abelardista, con la creación de la Bancaria del Pacífico y de la Productora de Vinos y Hielo de Mexicali, S. A., por parte de la red empresarial, vinculada al capital extranjero, a la que pertenecían Miguel González, Heraclio Ochoa, Arturo Guajardo como socio del propio Abelardo  Rodríguez Luján, y con la instauración de la Compañía Bancaria Peninsular cuyos fundadores fueron los hermanos Próspero y Aurelio Sandoval: La plutocracia proveniente del porfiriato de aquel distrito territorial se montó en el caballo de los gobiernos de la revolución.

Por cosas del destino personal y de tiempos históricos y políticos, Cantú el porfirista habría de morir en la sana medianía juarista, Rodríguez el revolucionario en la opulencia del porfiriato. Cantú es quien hace de Mexicali el centro político del actual estado de Baja California, y Abelardo L. Rodríguez el que impulsa a Tijuana hasta transformarla en el verdadero centro financiero de la región bajacaliforniana. Hasta la fecha.

La Cámara Agrícola China del Distrito Norte

Rafael Maffey
Los poderosos algodoneros chinos, sabedores de que la “Colorado River”, vía la Cámara Agrícola Nacional, ejercía un duro contrapeso a sus intereses en la región, el miércoles 18 de noviembre de 1925, a eso de las 10 de la mañana, se presentan ante Federico Palacio presidente del consejo municipal de Mexicali, Rafael Maffey, acompañado de los hacendados Wong Kai, Enrique Chong, Rodolfo V. Ley, M. J. Wong, Samuel Leong, Miguel Chee Valdez, Lee Yip Sun, Samuel Chong, Chang Man Tang, el súper terrateniente Lee Wing, Lew Cheng, Wong Him Peter, el japonés Alfonso Seito, Liang Wai Ah, Juan Cheing, Luis Frank, Bok Him, el hindú Yourk Sing, Low Yeck, Yee Him Chong, L. H. Hok y Ching Wai, solicitando la certificación del acta constituyente de la Cámara China del Distrito Norte de la Baja California ¡Que Nacional ni qué ocho cuartos! fundamentándose en la Ley en la materia expedida por el porfiriato en 1909.
           
Sólo que a Rafael Maffey representante en el Distrito Norte de la “ganga” china de San Francisco se le olvidaron dos detallitos, que ya no estaba en tiempos de Cantú y que en México había habido una revolución con una nueva Constitución (1917) donde quedaban derogadas ese tipo de disposiciones favorables a extranjeros.
           
Esto último había sido la argumentación del coronel Francisco Rivas enviado del gobernador para desacreditar la mencionada certificación; aunque lo cierto fue que los chinos, controlando ya la Cámara de Comercio a través de aliados financieros como Arnulfo Liera, Miguel González, Heraclio Ochoa, Manuel Santaella y otros, al crear una Cámara Agrícola propia y ser los principales acaparadores del algodón, estarían ya en condiciones de imponerle o negociar precios con la “Colorado River” so pena de cortarles el suministro del producto. Así de fuertes estaban para entonces los capitalistas chinos.

Carlos Lambarén y su Comité Nacionalista Pro-Raza

Los chinos de San Francisco dos años después de la instauración de la Aduana de Villagrana, en 1876 iniciaron la venta masiva de productos comerciales en el Partido Norte de la Baja California; empezando el Siglo XX, tras la construcción del Sistema de Irrigación y con el levantamiento del Ferrocarril Inter-California en el Valle de Mexicali, paulatinamente fueron llegando procedentes de Sinaloa y Sonora hasta 1915 en que gracias a Esteban Cantú se produjo un éxodo masivo del Continente Asiático hacia el Distrito Norte; diez años después, con la campaña racista dirigida en Mexicali por el regidor Carlos Lambarén a través del Comité Nacionalista Pro-Raza, los chinos empezaron a ser expulsados luego de la aplicación del artículo 33 Constitucional.
           
Tanto en Sinaloa como en Sonora las campañas de corte discriminatorio contra los chinos habían empezado de manera intermitente a finales del Siglo XIX e inicios del XX. La burguesía china de Sinaloa, aun siendo fuerte en su conjunto, jamás tuvo el poder económico acumulado por los comerciantes europeos de Mazatlán, como tampoco la fuerza financiera de empresas chinas asentadas en Sonora, como la de Juan Lung Tain —fundada en Guaymas en 1890— o las compañías de Fon Quim, de On Chong y de Francisco L. Yuen, uno de los que controlaban el comercio de Nogales; no obstante, en el Mexicali de 1925, la alta burguesía china del Distrito Norte compuesta de dueños de casinos y hoteles, banqueros, agricultores acaparadores del algodón, comerciantes poderosos, mafiosos dedicados al tráfico del opio con la mano en la cintura lograron manejar estándares financieros de mayor envergadura que los que manejaban el reducido grupo de potentados chinos en tierras sonorenses. Ni en Sinaloa como tampoco en Sonora sus respectivas Cámaras de Comercio jamás estuvieron bajo control del capital chino, en el Distrito Norte de la Baja California sí.
           
Con el inicio de la revolución china, en 1911, y las leyes estadounidense de exclusión contra los orientales expedidas ese mismo año, desde la China continental empezó a darse una emigración masiva de chinos a diferentes partes del mundo, tocando a México ser uno de los países receptores de aquella ola migratoria que ocupara residencia en este país en zonas aledañas al Golfo de México y los litorales de la Costa de Pacífico desde Chiapas hasta la Península de Baja California, en cuya parte sur habían hecho acto de presencia desde 1884. Para 1927, en el Distrito Sur de la Baja California el 38.2% de sus habitantes eran chinos. Guatemala y Perú fueron otros de los países receptores de población china con rango de importancia.

A partir de la Primera Guerra Mundial (1914-1919) el comercio entre Europa y América se vino abajo, coyuntura que los comerciantes chinos aprovecharon muy bien para atacar duro este mercado. De ahí la expansión de la burguesía china asentada en Tamaulipas, Veracruz, y en algunas entidades de la Costa del Pacífico mexicano, regiones donde el nivel económico de dueños de tiendas de abarrotes, restaurantes, panaderías, planchadurías, lavanderías, se elevó considerablemente.  Los dueños de los fumaderos de opio, se cocían aparte.

Iniciado el gobierno de Obregón en 1920, el gobierno federal cierra la pinza para hacer de los estupefacientes un lucrativo negocio, prohibiendo el tráfico y uso de la marihuana. Oficialmente, el tráfico y uso del opio y sus derivados (morfina, heroína) incluyendo la cocaína, fueron prohibidos en México para 1926.
           
El boom económico de las comunidades chinas de Sinaloa y Sonora, empezó a despertar la envidia del grueso de los comerciantes mexicanos y las ganas de los gobiernos para despojar a la alta burguesía china de sus fortunas. 
           
Para los gobiernos emanados de la revolución, la alta burguesía china se convirtió en fuente de préstamos forzados. Después vendrían las campañas discriminatorias en contra de los chinos en las distintas poblaciones del país. En Sinaloa y Sonora, este suplicio chino iría de la mano de las campañas difamatorias y racistas inmisericordes, del Código Sanitario que les obligaba a bañarse en público, de las restricciones comerciales que obligaba a los establecimientos de chinos a sólo vender productos de poca monta o de vender agregando el 80% de impuestos a la mercancía, prohibiendo a las mujeres mexicanas casarse con orientales. Al final serían expulsadas de México al lado de sus hijos y de sus maridos.

En Sonora, la campaña discriminatoria contra los chinos duró 17 años, empezando en 1915 con el gobernador Plutarco Elías Calles hasta terminar en 1932 al ingresar a la gubernatura su hermano Rodolfo Elías Calles. En cambio, en Baja California empezó en 1925, estando en la presidencia Plutarco Elías Calles para terminar en el Territorio Norte durante el gobierno de Agustín Olachea Avilés, bajo el mandato presidencial de Abelardo L. Rodríguez (1932-1934).

Si bien el magdalenense José María Arana pequeño comerciante y profesor de escuela y el diputado sonorense Alejandro Villaseñor, fueron en Sonora los adalides de las campañas discriminatorias en contra de los chinos, en el Distrito Norte  vino a serlo el “librepensador” Carlos Lambarén, motivado por las mismas razones que movieron a los comerciantes y gobernantes de Sinaloa y Sonora a emprender una  cruzada contra los chinos, sumando la desarticulación de la mafia chino-estadounidense disputándose el control del tráfico de drogas de Mexicali hacia los Estados Unidos y el control de los fumaderos de opio de la localidad.

Para pasar la droga de aquí hacia Estados Unidos, el reto para los narcotraficantes era burlar la vigilancia de la Fiscal y de Campo del gobierno distrital y a las autoridades de las aduanas mexicana y norteamericana, por lo regular, a través de los empleados norteamericanos de la Colorado Land and Cattle Co. a cargo de la vigilancia del canal del Colorado cuya labor les permitía sin mayor trámite cruzar de un lado a otro la frontera sin despertar sospecha.
           
En el contexto de una guerra librada en las calles entre mafiosos chinos, Lambarén prende con su movimiento Pro-Raza (una calca de la fascistoide organización sinaloense “En Defensa de la Raza”), y apoyado en un documento enviado por el diputado Villaseñor desde Sonora al Distrito Norte, Lambarén publica su “Manifiesto” en los periódicos de la localidad. He aquí algunos párrafos de dicho documento:

«El monopolio más completo prevalece en todas las actividades comerciales e industriales en este Estado. Las fuentes de trabajo están absorbidas por extranjeros perniciosos que son los amarillos, no solamente por su degeneración social, sino por sus vicios».

«Más de 8 mil mexicanos entre dependientes, agentes de viajeros, cargadores, que trabajaban en el comercio de esta entidad, en otro tiempo próspera, haciendo la felicidad de otros tantos hogares, han tenido que emigrar, arrojados por la competencia de los asiáticos».

«La mujer mexicana humilde, abnegada y económica [sic], es la principal víctima del pulpo chino, pues imposibilitada para competir hasta en las labores más humildes del hogar, cuyas actividades eran su patrimonio, hoy tiene que ser sierva del tirano que todo lo absorbe; no por amor, sino por apego a la vida, por hambre».

«Veinte años han bastado para convertir un campo de trabajo, de actividad y alegría, en un páramo infecundo de tristeza; y si tal cosa ha pasado en ese lapso, relativamente corto, ¿qué será de esta región en otros tantos años si no se aplica el remedio al mal?»

La guerra entre mafiosos chinos

Por esa época, las mafias chinas en Mexicali, utilizando como rescoldo para sus actividades las Logias Masónicas Chee Kung Tong y la Lung Sin Tong, se produce una ruptura entre ambas organizaciones desatándose una serie de acontecimientos violentos que degeneraron en matanzas a plena calle, empezando con el ajusticiamiento de Francisco Chayoe y José Cam, guardaespaldas de Rafael Maffey.


Después de eso, la mafia china de San Francisco, tiro porque me toca, en la esquina de Avenida Guerrero Reforma y Altamirano, se escabecharía al chino-mexicano Pancho Chao, acompañado de tres de sus guaruras de la China continental. Chao era dueño del fumadero de opio situado en la esquina de las calles Morelos y Ocampo, cuya clientela estaba compuesta por la clase marginal china, con el mismo propósito existía otro, el de Azueta (Juárez) y Altamirano; sin embargo había establecimientos de más caché reservados para la elite china y norteamericana, como lo eran el Casino Chino y las tres Casas: La Chiquita, La Blanca y La Colorada.
           
Respecto a las matazones entre orientales en medio del poblado, estaba claro que los mafiosos chinos no tenían el más mínimo respeto por la temida “Policía Montada” del distrito o sea, por la Fiscal y de Campo, comandada por Pancho Peralta y Alberto García. Cual sea, ante el desencadenamiento de múltiples ejecuciones entre chinos, el gobierno mejor optó por la expulsión de los jefes mafiosos, entre ellos Enrique Chee (hermano del comerciante Pablo Chee & Co., dueño, además, del Hotel Imperial), ambos chino-norteamericanos, y de Chiu Bond, Son Kin, Hin Sun Fan y Chi Gion Kuo, pero también de la de todos los demás que no tenían vela en el entierro. La expulsión de narcos griegos, hindúes y españoles la empezó José Inocente Lugo desde 1922.
           
Luis L. Siam 
La resultante de la labor fascista de la organización de Lambarén en el entonces Distrito Norte, sólo es entendible en número si se hacen válidos los datos proporcionados por Luis L. Siam antiguo presidente de la Asociación China de Mexicali y Tijuana al afirmar que en 1923 había en el poblado cachanilla 11 mil chinos, y los vertidos por Abelardo L. Rodríguez en sus “Memorias Administrativas”, donde asegura que había  5 795 chinos, 1 066 japoneses y 101 hindúes en la región de Mexicali para 1927; cifras que si se comparan con los datos que Siam refiere, habría un faltante de 5,205 chinos entre 1923 y 1927 dentro de  esta región. Es decir, en cosa de 4 años, la población de chinos en Mexicali y su Valle habría sido disminuida a un poco más del 50%. Algo muy parecido sucedería, entre 1931 y 1935, con la población de compatriotas expatriados de los Estados Unidos, asentados en la localidad. 
           
De manera masiva, la población china llegó a Mexicali en tan sólo una década, de 1911 a 1920, año en que Esteban Cantú sale del gobierno. En 1910, Mexicali tenía poco más de 1 600 habitantes; para 1920  era un centro poblacional compuesto de 10 000 almas, según datos oficiales.

1926: año de turbulencia política  

En 1926, se llevaron a cabo elecciones para diputado federal, el periodista Juan B. Hernández se convirtió en el coordinador de campaña del teniente coronel José María Tapia Freyding, derrotando a David Zárate y su Club Democrático de manera holgada.

Ese mismo año, durante el mes de abril, el gobernador Rodríguez Luján sudaría la gota fría al tener que enfrentar una huelga general de 3 mil jornaleros agrícolas, suscitada por la “Colorado River” y los agricultores chinos tras rebajar el jornal de 4 a 3 pesos diarios, pretextando pérdidas de 500 mil dólares durante ese ciclo agrícola.
           
Esta medida fue la respuesta que Harry Chandler y William H. Allen Jr., ahora socio principal de la empresa, le dieron al presidente Plutarco Elías Calles por haber rechazado su proyecto de colonización, expuesto al gobierno de la República en junio del año anterior. 

Esta dura experiencia obligaría al gobernador Abelardo L. Rodríguez a crear la Comisión del Salario Mínimo en el Distrito Norte, estableciendo para la clase trabajadora un salario base obligatorio no de 3 pesos sino de 4 diarios.

Radicales y cristeros contra el gobierno de Abelardo

General Enrique Estrada
Ese año de 1926, en los alrededores de San Diego, en un punto llamado Dulzura, el general delahuertista Enrique Estrada ex secretario de Guerra y Marina con Obregón— acompañado de los coroneles Marcelino Magaña Mejía  y Anselmo Armenta compañero de armas de Rodríguez Luján contra la embestida cantuista de 1921 estos dos últimos con arrastre entre la gente de Mexicali, al parecer vinculados a los cristeros o con el fin de capitalizar para sí ese movimiento en el Distrito Norte, fueron detenidos por el ejército norteamericano el 15 de agosto de 1926 al frente de 150 individuos, enfilándose hacia un Mexicali que atravesaba una huelga generalizada de jornaleros agrícolas. El gobierno norteamericano los agarró camino a un poblado una vez al mando del ahora general cristero, Rodolfo. L. Gallego, quien como jefe de operaciones militares en Guanajuato se había levantado en armas con 5 mil hombres a favor del movimiento cristero. La cosa no pasó a mayores gracias a la intervención de los Estados Unidos, al aplicar el jabonoso tratado de neutralidad sobre aquellos militares rebeldes. De la que hubo escapado esa vez el Distrito Norte de la Baja California.

Once días después de la aprehensión de estos decididos soldados, el 26 de agosto, el movimiento cristero tomaba fuerza inusitada en los estados de Jalisco, Guanajuato, Guerrero, Michoacán y Zacatecas, entidad de donde era oriundo el general Estrada. Esta guerra se prolongaría hasta 1929.

El solo hecho de pensar que el ex ministro de Guerra Enrique Estrada y los coroneles Magaña Mejía y Armenta andaban coludidos con el clero, tal vez fue lo que hizo que el general Abelardo L. Rodríguez emprendiera una cruzada sin parangón en contra de curas y pastores protestantes en el Distrito Norte, expulsándoles de un vivo “Infierno” llamado Mexicali, con 50º c. a la sombra del “pecado”. No en balde el gobernador había montado su casa y de facto sede de gobierno, en el Campo Alaska de la Rumorosa, en plena Sierra.
           
Por esos días salieron del Distrito Norte hacia los Estados Unidos, los misioneros italianos Rossi, Scarpetta y Cotta llegados a Ensenada a principios del Siglo pasado y los pastores chino-americanos de la Iglesia Episcopal de Mexicali. Hasta donde se sabe de los prelados católicos, sólo quedó en Mexicali el sacerdote jalisciense Gabino García como mudo testigo de aquellos acontecimientos, al parecer olvidados sus arrestos en una fosa del Panteón Municipal Número 1 de Mexicali.

Las elecciones presidenciales de 1928

Según registro del cronista Pedro F. Pérez y Ramírez, de un padrón de 3 000 votantes que existía en Mexicali en 1928, durante la elección presidencial de julio de tal año, el general Álvaro Obregón sin contrincante por enfrente ganó en esta ciudad con tan solo 33 votos; en cambio, Celso Aguirre afirmaba en su “Breve Historia del Estado de Baja California”, que el “Manco de Celaya” ganó la presidencia en el Distrito Norte con 7 238 votos. Esa vez, Flavio Bojórquez hizo suya la elección para diputado federal, convirtiéndose en el séptimo diputado del distrito ante el Congreso de la Unión. Para el día 17 de ese mes de julio, el general Obregón era asesinado por José León Toral y compañía, durante la celebración de un banquete en el Restaurante “La Bombilla”, del pueblo de San Ángel, en el Distrito Federal.

Con la apertura en Tijuana del Casino Agua Caliente a mediados de 1928 y las salidas de Calles del gobierno de la República el 30 de noviembre de ese año, y de la de Abelardo L. Rodríguez del gobierno distrital al año siguiente, el gobierno federal ponía fin a la concesión otorgada a la compañía A.B.W. por la venta de piso a los demás casinos, retornado con Emilio Portes Gil presidente provisional al sistema formal de recolecta de impuestos basado en las ganancias manifestadas por las casas de juego establecidas en el Distrito Norte; un sistema de recolección tributaría cuya ortodoxia fue muy criticada por José Inocente Lugo en el análisis presentado en Hermosillo al ministro de la Huerta en 1923, dado que se prestaba a que los dueños de casinos hicieran de las suyas, evadiendo impuestos al fisco al por mayor porque la tesorería del distrito carecía de un cuerpo de auditores suficiente, capaz y confiable.

Esto de la evasión fiscal de parte de dueños de casinos de juego, regulados ahora por el sistema tradicional de recaudación fiscal, la hecatombe económica mundial del ´29, la estruendosa caída de los precios del algodón y la expulsión de los financieros y comerciantes chinos del Distrito Norte, contribuirían a agravar el déficit presupuestal del gobierno bajacaliforniano entre los años de 1929 a 1933. Con Emilio Portes Gil, como primer mandatario de la Nación, desaparece también la nefasta Policía distrital denominada Fiscal y de Campo.

Abelardo: su obra como gobernador y presidente


Los apologistas de la obra de Abelardo L. Rodríguez en el Distrito Norte, pretenden catalogarlo como el constructor de la Baja California moderna, un mérito que en honor a la verdad le corresponde a Esteban Cantú, porque en estos lares al guaymense Abelardo Rodríguez Luján más bien jugó el papel de consolidador de la obra social y económica emprendida por el neoleonés, al promover en la región el establecimiento de una serie de pequeñas y medianas empresas cuya planta de trabajadores industriales en cada una no excedía la cifra tope de cien, exceptuando la “Jabonera del Pacífico”.
           
Durante la gestión abelardista en el Distrito Norte, a nivel local, se consolidan organizaciones financieras como el Banco Agrícola Peninsular 1926 dirigido por el banquero cantuista Próspero Sandoval; Bancaria del Pacifico 1927; Mercantile Banking Company, cuya cabeza visible era Wong Wa Foy, otro financiero muy vinculado a Cantú y al tráfico de chinos.  Ahora, si se quisiese hablar del artífice de la modernización del Estado de Sonora, ese hombre se llama Abelardo Rodríguez Luján; obra magna la suya que realizaría en ese entidad siendo gobernador durante el periodo de 1943 a 1947.
            
Amén de la coyuntura política, con Rodríguez Luján en el Distrito Norte se hacen realidad una serie de eventos rezagados propios de una agenda socio-política pendiente entre los dueños del capital extranjero en la región y el gobierno federal. El caso es que, para 1924, se asentaban en Mexicali empresas tales como las Cervecerías Mexicali y La Azteca incendiada durante los temblores de 1927, de Miguel González y Heraclio Ochoa, una, y la otra, era de los norteamericanos Edward P. Baker, Herbert Jaffe y William H. Strouse.


Y tal y como Harry Chandler se lo prometiera al presidente Álvaro Obregón en 1923, al año estaban construyendo la oficina matriz de la “Colorado River” e iniciaban la edificación de la Compañía Industrial Jabonera del Pacífico S. C. Ltda. Esa fábrica en años posteriores, además de jabón, estaría produciendo harinolina para ganado, aceite comestible refinado y exportando la cascarilla de algodón a Estados Unidos. A mediados de la década de los veinte, la Compañía Harinera de la Baja California S. A., de Alberto V. Aldrete, estaba también fincando reales dentro de la población cachanilla, así como las compañías Productora de Vinos y Hielo y la Compresora y Almacenaje de Baja California.

Rodríguez Luján, como gobernador  —a tono con una de las metas fundamentales de la revolución— se destaca como un impulsor de la educación en el Distrito Norte; desde la primera escuela subvencionada por los habitantes de Santo Tomás, que fundase en ese pueblo, en 1867,  el educador sonorense Eliseo Schieroni hasta el gobierno de José Inocente Lugo, es decir en 56 años,  en el entorno distrital tan solo habían 41 escuelas de nivel básico atendiendo a 3 300 alumnos, aproximados; Abelardo  L. Rodríguez, en sus 6 años de gobierno,  levanta poco más de 2 planteles  escolares por año 13 en total a lo largo y ancho del distrito, aumentando la cobertura, atención y nivel educativo en  beneficio de 5,000 niños y jóvenes. Entre estos planteles se contarían las Escuelas Industrial, Normal para maestros y Preparatoria, fundadas en 1927.


El haber gobernado al Distrito Norte, a Abelardo L. Rodríguez le serviría a manera de ensayo para su posterior gestión presidencial: Consolida las primeras instituciones financieras, y, en la década de los treinta,  convierte a esta región del país en sede de una de las primeras industrias relacionadas con la aeronáutica nacional; asimismo, durante su mandato forma las Juntas de Conciliación y Arbitraje al tiempo que obliga a los empleadores chinos y norteamericanos a utilizar mano de obra mexicana en un 50% por lo menos, fomentando el surgimiento de un sindicalismo, inspirado en el modelo trade unions gringo, como contrapeso político al sindicalismo obrero-radical que por esa época permeaba en el ánimo de obreros y jornaleros agrícolas de la actual Baja California. 
           
Desde el punto de vista de la geometría política y observando a Abelardo L. Rodríguez dentro de un contexto histórico delimitado por el autoritarismo, el guaymense fue un reformador social de centro-derecha. Laicista. Defensor del capital y de la propiedad privada. Anticomunista pero paradójicamente también anticlerical, lo que le hacía estar fuera de los cánones del modelo típico fascista: el franquismo y sus similares, por ejemplo. Fue antidemocrático, correspondiendo a la esencia de un nuevo sistema más depurado en sus mecanismos de control político que el del conservador Porfirio Díaz, instaurador de un presidencialismo autoritario y militarista que se extendió desde la segunda parte del Siglo XIX hasta la primera década del XX, y vuelto a adoptar en 1920 por Obregón y Calles tras su revolución venida del Noroeste de México. Del maderismo adoptaron muy poco y del porfiriato dictatorial casi todo, perfeccionándolo.
           
Teniendo como residencia oficial el Alcázar de Chapultepec, el presidente Abelardo L. Rodríguez último de los presidentes revolucionarios en residir allí, pone en marcha su ensayo bajacaliforniano y funda Nacional Financiera (NAFINSA), el Banco Hipotecario y de Obras Públicas (BANOBRAS) y la institución Crédito Central Mexicano; crea, además, el organismo estatal Petróleos Mexicanos (PETROMEX), y el día 20 de enero de 1934, decreta la creación de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), así también establece un salario mínimo nacional para todo el país, y, basado en el artículo 2º de la Ley Federal del Trabajo, se apresta a expedir el acuerdo sobre la Organización y Funcionamiento del Servicio Civil; a la par, emite la Ley de Beneficencia Privada que derogaba la suscrita en enero de 1926, creando el denominado Fondo de Distribución de Riesgos, con el fin de evitar que las actividades sociales de la instituciones filantrópicas se vieran suspendidas por falta de financiamiento.
            
Escuela Industrial de Mexicali
Como en Mexicali con su escuela Industrial, funda las Escuelas Federales de Industrias Textiles 1 y 2, en Río Blanco, Veracruz, la primera, y en el Distrito Federal, la segunda; esta última pasaría a convertirse en la Escuela Superior de Ingeniería, dependiente del Instituto Politécnico Nacional (IPN). Para sorpresa de no poca gente, Abelardo L. Rodríguez viene siendo el fundador de la Confederación Deportiva Mexicana. Durante su breve mandato, establece la charrería como deporte nacional, cambia el Escudo Nacional y entra en vigencia el periodo presidencial de 6 años, siendo Lázaro Cárdenas, como presidente de la República, el primero en permanecer dicho tiempo a cargo de la presidencia del país. Abelardo fue un hombre que —en su momento— decreta leyes y crea instituciones que siguen siendo de vital importancia para el funcionamiento de esta Nación. Ése, viene a ser el mismo Abelardo L. Rodríguez que desde finales de 1923 a 1929 gobernara el Distrito Norte de la Baja California. Hablar de todo esto es evocar el rostro benéfico del callismo, innegable creador del Estado Mexicano moderno.

roberelenes@gmail.com

SEP—INDAUTOR
Título original:
Aduanas bajacalifornianas
Registro público:
03-2003-110615022600

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